tan suave y tierno.
Y pienso en meterme dentro. Apretarme dentro.
Lascivia melancólica causada por la noche, el silencio y el viento húmedo.
Por tu cuerpo también, claro, que no deja de frotarse bajo la ropa
con su otro frío diferente al mío
que es como el de un pollo al horno.
Las campanas del monasterio de San Miguel suenan como cascabeles entre los muros de la antigua muralla entre los que nos escondemos. Entre los que sujeto tu cara con las
dos manos para verla de cerca, en silencio, ahora que es de noche y puedo notar tu tintineo de pétalos bajo los párpados.
Tus ojos son más verdes por la noche. Los conocí casi sin luz. Ahora los veo así también. Me fascinaron cuando te conocí y lo siguen haciendo. A veces ni lo pienso. Hubo un tiempo en que hasta me dieron cierto tipo de miedo. No se si ese tiempo pasó ya de largo.
Escribo casi sin luz. Oriento mi cuaderno, lo inclino, hacia la luz anaranjada de una farola. Se empeña en golpearme la mano cada dos por tres, movida también por el viento. Como las ramas de los grandes árboles oscuros de la plaza. Dos cipreses y una palma.
(continúa)
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