martes, 27 de marzo de 2007

La esfera de Magdeburgo. El campo donde se desarrolla la potencia. El número cero. El vacío matemático. Demócrito y sus atomistas afirmando que la naturaleza estaba formada por átomos y vacío. LaoTse:

“Treinta radios lleva el cubo de una rueda; lo útil para el carro es su nada (su hueco). Con arcilla se fabrican las vasijas; en ellas lo útil es la nada (de su oquedad). Se agujerean puertas y ventanas para hacer la casa, y la nada de ellas es lo más útil para ella. Así, pues, en lo que tiene ser está el interés. Pero en el no ser está la utilidad”.

Técnicamente se denomina vacío al lugar donde la presión que se mide es menor que la presión atmosférica normal. El “horror vacui” es el miedo al vacío. El miedo a que esa presión que nos rodea cambie. A salir del recinto seguro y cuerdo de nuestras creencias, de las tradiciones. El miedo a dejar espacios vacíos que nos recuerden la Nada Final, agorafobia a la inversa. Ese lugar en el que no hay nada más que decir. Sólo el espacio en negro o en blanco, donde nos quedamos cara a cara con Alien y sus babas corrosivas. El románico. El barroco. El rococó. Por miedo o por cursilería, hay que llenar todo compulsivamente porque el vacío no puede existir. Hasta Newton y Descartes. Hasta la Razón. Hasta el siglo XXI de extremistas, de ultras, de necios que se empeñan en evitar el vacío en sus creencias, en sus sagradas convicciones, con palabras vacías. Cada uno atizando con sus banderas al resto, con sus crucifijos, con sus coranes, con lo que sea. Empeñados en crear el vacío a su alrededor, a la fuerza. “Ellos vacío nosotros “. Y al final el gran vacío esperando, sabedor de su triunfo final sin paliativo mandando todo a la mierda.

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